¿Sabes esos días en que sientes que no necesitas dormir ni comer? Esos días en que todo lo que necesitas es sacar todo eso que te escuece desde lo más hondo de ti, explotar y compartir todo lo que te irrita, te enorgullece, te obsesiona, todo. Todo bulle, todo brota. TODO. Esos días en los que echas de menos, más que nunca, haber sido el heredero universal del tío de América, el gordo de la lotería o cualquier otra gracia que te permita vivir del cuento, de tu cuento, del que tú escribas, porque sólo necesitas vaciarte, volcar toda esa información que inunda tus células y que, bien aseada y con la cara lavada, luce como una bonita historia. Y es una historia bonita porque es real, y lo es porque ha tomado forma en tu cabeza y ahora está dibujada con letras de oro, formando palabras perfectas. Palabras cosidas con mimo y esmero a pequeñas puntadas, porque no das puntada sin hilo. Tú no. Y no importa que ese hilo se entrelace y enrede, no importan siquiera los jirones porque deshaces cua
Aunque cueste creerlo hubo un tiempo en el que fui pequeño. Visto en perspectiva, un pequeño un poco trasto e inquieto que alucinaba con el mundo que estaba descubriendo poco a poco. Casualidades de la vida, ese pequeño yo fue llevado de excursión a Barcelona un día de Sant Jordi junto a los compañeros de clase. No recuerdo con exactitud el año, lo que sí recuerdo son los colores. Ese tiempo donde los colores tienen un tono vivo e intenso y que lentamente se tornan pastel. Esos momentos que quedan gravados en la memoria y no sabes porqué. Recuerdo que flipaba. Flipaba mucho. En casi cada esquina había puestos donde se vendían rosas rojas adornadas con espigas. No entendía nada de todo aquello. Puestos de libros donde la gente se amontonaba y colas kilométricas de personas esperando su turno, como si de la carnicería se tratara. El sol era el invitado de honor a la fiesta, haciendo que los colores, que ya eran vivos de por sí, se volvieran todo un fest