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El bordador de historias

El bordador de historias

¿Sabes esos días en que sientes que no necesitas dormir ni comer? Esos días en que todo lo que necesitas es sacar todo eso que te escuece desde lo más hondo de ti, explotar y compartir todo lo que te irrita, te enorgullece, te obsesiona, todo. Todo bulle, todo brota. TODO. Esos días en los que echas de menos, más que nunca, haber sido el heredero universal del tío de América, el gordo de la lotería o cualquier otra gracia que te permita vivir del cuento, de tu cuento, del que tú escribas, porque sólo necesitas vaciarte, volcar toda esa información que inunda tus células y que, bien aseada y con la cara lavada, luce como una bonita historia. Y es una historia bonita porque es real, y lo es porque ha tomado forma en tu cabeza y ahora está dibujada con letras de oro, formando palabras perfectas. Palabras cosidas con mimo y esmero a pequeñas puntadas, porque no das puntada sin hilo. Tú no. Y no importa que ese hilo se entrelace y enrede, no importan siquiera los jirones porque deshaces cua
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Día del libro

Aunque cueste creerlo hubo un tiempo en el que fui pequeño. Visto en perspectiva, un pequeño un poco trasto e inquieto que alucinaba con el mundo que estaba descubriendo poco a poco.      Casualidades de la vida, ese pequeño yo fue llevado de excursión a Barcelona un día de Sant Jordi junto a los compañeros de clase. No recuerdo con exactitud el año, lo que sí recuerdo son los colores.      Ese tiempo donde los colores tienen un tono vivo e intenso y que lentamente se tornan pastel. Esos momentos que quedan gravados en la memoria y no sabes porqué. Recuerdo que flipaba. Flipaba mucho. En casi cada esquina había puestos donde se vendían rosas rojas adornadas con espigas.      No entendía nada de todo aquello.      Puestos de libros donde la gente se amontonaba y colas kilométricas de personas esperando su turno, como si de la carnicería se tratara.      El sol era el invitado de honor a la fiesta, haciendo que los colores, que ya eran vivos de por sí, se volvieran todo un fest

8 de marzo de 2023

  Como ya sabréis si miráis el calendario, o en su defecto el teléfono móvil, hoy es 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. Antes se le llamaba Día Internacional de la Mujer Trabajadora, pero, francamente, el nombre es lo de menos.      El hecho es que estoy triste. Sí, porque me entristece que se tenga que celebrar este día. Me explico:     En esta sociedad nuestra, la que nos está tocando vivir, donde todo se tiene que respetar, la de los géneros no binarios, la del género neutro escrito con «e», la de la libertad sexual que, por si a alguien se le olvida, la empezaron los jipis en los 70 (cincuenta años hace ya, señores), que se tenga que celebrar/reivindicar un Día Internacional de algo que tendría que estar más que asumido me entristece. Y me entristece porque que se siga celebrando quiere decir que todavía hace falta que se celebre. Todavía es necesaria la pedagogía para neutralizar al patriarcado opresor que manda a las mujeres a planchar o a la cocina. Todavía existe el mal

Navidad

Nadie habla de lo triste que es, en realidad, la Navidad. Y es que parece que en Navidad todo es amor y armonía. Felicidad y buenos propósitos. La gran pantomima hecha realidad.      Las mismas personas que en tu trabajo, en tu día a día, en tu propia familia, te están criticando o inventando mentiras acerca de ti, son las mismas que con la sonrisa más majestuosa y falsa te sorprenden deseándote unas buenas fiestas. Gente con la que ni siquiera has cruzado dos palabras en todo el año, ahora te desean las mejores de las suertes para Navidad. Esa gente, ese tipo de gente hipócrita que se ve obligada a felicitarte las fiestas es la que contribuye a la mentira. No es cierto que en Navidad haya que estar feliz. No lo es y hay que decirlo. Tampoco digo que se tenga que ser el Grinch, digo que en Navidad hay que estar como hay que estar; ni más ni menos, no feliz por convenio.      Y es que uno no puede estar feliz si le diagnostican un cáncer terminal. «Hombre, no estés triste, jolines. Hay

Sutiles

  Es jodido eso de escuchar voces en tu cabeza.  (No seas exagerado).  Al principio no son voces, ni siquiera es algo entendible. Son ruidos que suelen aparecer cuando estás solo. Preferiblemente en casa. En un inicio uno se ralla, piensa que hay alguien, o peor, algo merodeando por ahí. Luego la razón toma el control diciéndote que es la vieja casa donde la madera cruje por el cambio de temperatura brusco, o el viento colándose por entre las ventanas.     Uno normaliza escuchar cosas que realmente no están. Y es eso lo que da miedo. Una vez lo has normalizado aparecen los susurros. Como cuchicheos de niños pequeños. Algo sin sentido que aparece de la nada. Algo aparentemente inocente que va cobrando nitidez cuando las horas de sueño escasean.  (Y lo entretenido que estás ahora ¿qué?).    Los cuchicheos duran poco y la claridad llega de repente. Empieza con palabras sueltas. Primero, mi nombre. Qué ridículo me veo ahora buscando quién me llamaba, cuando quien lo hacía estaba dentro y n

Me costó abrir los ojos

  Me costó abrir los ojos, de hecho, cada vez me costaba más. Estaba exhausto, sin ánimo; pero a la vez nervioso, angustiado, y no sabía por qué. Quizá fuera ansiedad, quién sabe. La verdad era que no podía seguir así. Estaba aturdido y el corazón me latía como si acabara de terminar una maratón. Estiré mi brazo derecho y giré la mano hacia mí. La palma me miraba y los dedos tiritaban sin que yo tuviera un ápice de frío. ¿Qué me pasaba? ¿Podía ser stress? Tal vez fuera eso. El incipiente dolor de cabeza no ayudaría a sobrellevar el día, pero era lo que me había tocado en suerte. Qué le vamos a hacer.      Decidido a revertir la situación salí del cuarto y bajé al comedor. Busqué a Karen por todos lados, no estaba. Eso me hizo sospechar ya que sus llaves seguían colgadas del llavero. Todo estaba en silencio, demasiado en silencio quiero decir. Ni un ruido en casa ni en la calle. Ni un vecino enfadado ni unos niños refunfuñando por cualquier reprimenda, nada. Seguía sin entender, aunqu

SI DALÍ SUPIERA, de Sara Rodrob

  Si Dalí supiera Empecé a leer esta novela sin saber de ella nada más que el título, así que no sabía a lo que me enfrentaba, pero nombrar a Dalí e ilustrarlo con una foto de una muchacha delante de una ventana me llamó la atención. Ahora sólo puedo alegrarme por haberme lanzado de cabeza.    Todo nos lo cuenta la protagonista como una reflexión en voz alta, como quien recuerda cosas que ha vivido, anécdotas de todo tipo que le han pasado, esos momentos en que un pensamiento lleva a otro, con el mismo lenguaje natural que utilizaríamos cualquiera de nosotros cuando hablamos a solas o con un amigo.     Usa expresiones muy divertidas y palabras propias de su tierra natal que aportan un tono más informal, casi diría que íntimo.     Nos pasea por la ciudad de Limoges, nos enseña sus rinconces, nos presenta a los amigos que va haciendo durante su estancia allí, entre clases y patatas fritas.     El misterio del título se descubre durante la lectura, y también una sorpresita para los seguid