Este mediodía he tenido visita. En realidad, mi hermano y su pareja han venido a comer. Se han acoplado de la manera más tonta y me han liado para hacer barbacoa. Uno no puede tener una barbacoa y leña en casa sin que le «atraquen» a las primeras de cambio. O tienes hermano o tienes barbacoa. En mi caso, al tener las dos cosas (sí, mi hermano bien podría pasar por una cosa) tengo un problema, uno con el que no sé lidiar demasiado bien. —Hombre, Xabi, menudo día, ¿eh? Qué buen día hace. Que he pensado que, ya que estamos, que podrías hacer una barbacoa, que la tienes ahí muerta de risa. —Esto... A ver cómo te lo digo. —Si mira, casualmente hemos traído la carne y todo. Sólo tienes que hacer el fuego y yo me encargo del resto. —Casualmente, ¿no? Te ha dado por visitar a tu hermano y la carne se te ha metido «por casualidad» en el maletero, ¿verdad? —Ay, no seas así, anda. Si en un momento tenemos el fuego listo y vamo...
Como su propio nombre indica