Aunque cueste creerlo hubo un tiempo en el que fui pequeño. Visto en perspectiva, un pequeño un poco trasto e inquieto que alucinaba con el mundo que estaba descubriendo poco a poco. Casualidades de la vida, ese pequeño yo fue llevado de excursión a Barcelona un día de Sant Jordi junto a los compañeros de clase. No recuerdo con exactitud el año, lo que sí recuerdo son los colores. Ese tiempo donde los colores tienen un tono vivo e intenso y que lentamente se tornan pastel. Esos momentos que quedan gravados en la memoria y no sabes porqué. Recuerdo que flipaba. Flipaba mucho. En casi cada esquina había puestos donde se vendían rosas rojas adornadas con espigas. No entendía nada de todo aquello. Puestos de libros donde la gente se amontonaba y colas kilométricas de personas esperando su turno, como si de la carnicería se tratara. El sol era el invitado de honor a la fiesta, haciendo que los colores, que ya eran vivos de por sí, se volvieran todo un fest
Como su propio nombre indica