No quería estar allí. De hecho, creo que ninguno de nosotros quería; pero teníamos que defender nuestro país de los invasores, o eso nos dijeron, y quien tuviera suficiente edad para sostener un fusil sería reclutado inevitablemente. Perdí la cuenta del número de días, semanas y meses en los que estuve esquivando la muerte, mientras al final del día, en el recuento, alguno de mis compañeros, incluso algún amigo, dejaba de responder al pasar lista y llegar a su nombre. No es algo para lo que nos preparen cuando nos dan nuestra arma y nos lanzan a una muerte más que posible. Aquella noche, en medio del fuego cruzado, el enemigo cesó su ofensiva. El olor a pólvora y tierra que aún se colaba en nuestros pulmones dejó paso a un aire bastante respirable. Nos quedamos atónitos, pasmados, mirándonos los unos a los otros y pensando en alguna treta fruto de la confianza que genera un alto el fuego. Al poco, decidimos hacer lo propio. No sé quién lo ordenó, pero en medio de la guerra
Como su propio nombre indica