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Día del libro


Aunque cueste creerlo hubo un tiempo en el que fui pequeño. Visto en perspectiva, un pequeño un poco trasto e inquieto que alucinaba con el mundo que estaba descubriendo poco a poco.

    Casualidades de la vida, ese pequeño yo fue llevado de excursión a Barcelona un día de Sant Jordi junto a los compañeros de clase. No recuerdo con exactitud el año, lo que sí recuerdo son los colores.

    Ese tiempo donde los colores tienen un tono vivo e intenso y que lentamente se tornan pastel. Esos momentos que quedan gravados en la memoria y no sabes porqué. Recuerdo que flipaba. Flipaba mucho. En casi cada esquina había puestos donde se vendían rosas rojas adornadas con espigas.

    No entendía nada de todo aquello.

    Puestos de libros donde la gente se amontonaba y colas kilométricas de personas esperando su turno, como si de la carnicería se tratara.

    El sol era el invitado de honor a la fiesta, haciendo que los colores, que ya eran vivos de por sí, se volvieran todo un festival de emociones. Nos dejaron curiosear alguno de esos tenderetes entre empujones, y pronto un libro captó mi atención, era uno de Ibáñez, la última aventura de Mortadelo y Filemón. Supongo que llegados a este punto alguno de vosotros se habrá decepcionado o esperando que dijera que me había fijado en alguno de los clásicos o vete a saber qué. Yo, por aquel entonces, no sabía apenas nada. Bien mirado, la cosa tampoco ha cambiado tanto con los años…

    La cuestión es que, con toda la vergüenza del mundo, saqué de mi cartera recién estrenada el billete azul que mi madre me dio para que me comprara lo que quisiera y se lo entregué al librero que estaba atendiendo. Me sonrió y me devolvió el cambio junto a mi adquisición. «Que lo disfrutes, pequeño», se limitó a decir mientras una señora gorda me apartaba para que la atendieran. Ni siquiera le pude contestar, y eso que en mi casa me educaron bien. Daba igual, yo tenía mi libro de Mortadelo y Filemón.

    En ese momento, era feliz. No sabía cuánto, pero sabía que lo era. El olor a ese día se repetiría fugazmente a posteriori. Cuando entraba en una librería, cuando alguien me regalaba un libro, cuando abril se acercaba en el calendario.

    Apreté bien fuerte el libro contra el pecho el resto del día, no quería perderlo ni que me lo quitaran.

    Alcé la vista y todo estaba repleto de gente, mirara donde mirara. La «seño» se debió fijar en mi cara de asombro y me dijo:

    —¡Anda, si te has comprado un libro! Así me gusta. Hay que leer. Mucho. Y cuando pienses que lo sabes todo, hay que seguir leyendo.

    —Sí, bueno… tampoco es que sea un libro, libro.

    —Sí que lo es. Todos los libros son libros, libros. ¿Los comics son menos libros por tener dibujos? Muchas de esas viñetas, además de hacer reír, enseñan valores, muestran realidades y, sobre todo, hacen pensar. Eso es lo más importante. Pensar.

    —Y, Seño, ¿por qué hace cola toda esa gente? ¿Regalan algo?

    —Puede. Yo creo que sí. Regalan ilusión.

    —¿Ilusión? No entiendo.

    —Toda esa gente hace cola para que su escritor favorito les dedique un libro de su puño y letra. Algo único que poder recordar con el paso del tiempo.

    —¿Y eso hará que el libro sea más caro?

    —Podría ser, sí. Pero dudo bastante que quien haya conseguido semejante «tesoro» lo quiera vender. ¿Te gustaría ser tú quien estuviera ahí firmando libros, Xabi? —La miré con los ojos tan abiertos que mis pestañas tocaron mis cejas— Seguro que, si te lo propones, en unos años, tú estarás ahí sentado. ¿Por qué no? Vamos, anda, que hay muchas cosas por ver aún.

    La seguí con cautela junto a mis compañeros. El resto del día fue un no parar de andar de un lado para otro hasta que, por fin, volvimos con el autocar a casa. Me dolían los pies y no paraba de darle vueltas a lo que la «seño» me había dicho. ¿Por qué no?

    Pues porque la vida me tenía guardados otros planes. Planes que poco o nada tenían que ver con la escritura. Hace unos años ese recuerdo volvió y se me apareció con nitidez. Quién sabe si la vida es tan caprichosa como para jugar conmigo así. Quién sabe.

    A veces no sólo basta con tener talento; otras, en cambio, sólo basta con tener padrinos.

    Yo creo que carezco de ambas cosas, aunque si la vida quiere jugar conmigo, juguemos.

    Escribo como siento y siento lo que escribo. La vida da muchas vueltas y quién sabe si en una de ellas hay una silla con mi nombre en un stand para la firma de libros en Sant Jordi. Seguro que la hay, aunque este no sea el universo indicado. Por el momento, dejaremos que los que sí saben sigan regalando ilusión.

 

@XabiGarza

 Foto por cortesía de Bluesnap a través de Pixabay

 

Comentarios

  1. Me dio la sensación de estar viendo esa feria con los ojos del niño que eras, tan vivos y deslumbrantes. Aunque en realidad yo aún no veo en tonos pastel, todo sigue igual👧🏻

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  2. Muchas gracias por tus palabras. Si he conseguido transmitir un poquito de cómo me sentía ese día me doy por más que satisfecho.

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