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Barbacoa

 

Este mediodía he tenido visita. En realidad, mi hermano y su pareja han venido a comer. Se han acoplado de la manera más tonta y me han liado para hacer barbacoa. Uno no puede tener una barbacoa y leña en casa sin que le «atraquen» a las primeras de cambio. O tienes hermano o tienes barbacoa. En mi caso, al tener las dos cosas (sí, mi hermano bien podría pasar por una cosa) tengo un problema, uno con el que no sé lidiar demasiado bien.

   —Hombre, Xabi, menudo día, ¿eh? Qué buen día hace. Que he pensado que, ya que estamos, que podrías hacer una barbacoa, que la tienes ahí muerta de risa.

   —Esto... A ver cómo te lo digo.

   —Si mira, casualmente hemos traído la carne y todo. Sólo tienes que hacer el fuego y yo me encargo del resto.

   —Casualmente, ¿no? Te ha dado por visitar a tu hermano y la carne se te ha metido «por casualidad» en el maletero, ¿verdad?

   —Ay, no seas así, anda. Si en un momento tenemos el fuego listo y vamos a comer la mar de bien, ya verás. Te encargas tú de hacer el all-i-oli con el almirez, ¿a que sí? A mano, claro. Una buena barbacoa bien lo merece. No de esos «de bote», tumentiendes. Y macho, tráeme una cervecita, que estoy seco. No me vas a dejar aquí deshidratándome, ¿no, hermanito?

   —Dime por qué no te he mandado a la mierda nada más verte.

   —Venga, no refunfuñes más, disfruta del día. ¡Y DE LA COMPAÑÍA!

   —¿Sabes que estoy escribiendo una novela con muchos crímenes? Me están entrando ganas de practicar contigo.

   —Qué tontorrón eres, hermanito. ¡Carmen! Carmen, ven, trae la carne, anda. Y ayuda a mi hermano a salarla y demás. Y tú, ¿dónde está esa birra bien fría para el mejor hermano que tienes?

   —Señor, dame paciencia, porque como me des fuerza lo reviento.

   Me dirigí a la cocina seguido de la pobre Carmen. No sé ni cómo ni porqué aguanta a mi hermano, pero o es masoca o de buena es tonta. Desde luego, paciencia le sobra. Una vez allí, abrí la nevera y saqué tres cervezas, una para cada uno. No iba a ser el único que no bebiera, y menos en mi propia casa. Además, me vendría bien el lubricante para aguantar a mi hermano.

   —Toma, Carmen, una para ti y otra para el pesado de mi hermano. ¿Queréis vaso?

   —Gracias, no. No hace falta, así mismo, no te preocupes.

   Salamos la carne y yo me quedé haciendo el all-i-oli. Ella, por su parte, le llevó la cerveza a mi hermano y tomó la suya. Pensé que la rechazaría, pero, en lugar de eso, empezó a bebérsela en la propia cocina, mientras le acercaba la otra al bro. «No veas como pimpla la cuñá», pensé. En cualquier caso, yo seguía con lo mío mientras mi codo derecho rozaba la epicondilitis galopante por culpa de la elaboración de la sabrosa salsa. Quince minutos después no quedaba ni rastro de la cerveza ni de mi codo. A lo lejos oí:

   —Carmen, dile a mi hermano que si quiere acabar conmigo, que tengo la cerveza en los pies y que si tiene otra, que me tiene escaldao aquí fuera.

   La pobre Carmen, haciendo de correveidile, me transmitió el mensaje textualmente; yo hice como si no lo hubiera oído de boca de mi hermano.

   —¿Qué pasa, perro? ¿Tú no tienes piernas o qué? Ven tú y no mandes a Carmen, vago, que eres muy vago.

   —Primera regla del fogonero, nunca apartes la vista del fuego. No puedo ir a la cocina y descuidar el fuego. ¿Tú sabes la cantidad de fuegos que se producen por negligencias así?

   —Yastamos. Que la cocina no la tengo a treinta kilómetros, melón.

   —No te enrolles y traepacá otra birrita. Que te estiras menos...

   «Santa paciencia. Tengo el cielo ganado.»

   —La madre que te parió. Menos mal que contigo practicó y a mí me hizo bien. —Carmen esbozó una sonrisa que se le escapó de sopetón. Saqué otras tres cervezas del frigorífico y repetí la operación. En un abrir y cerrar de ojos, media docena de ellas, todo el stock que tenía, se esfumó ante mis ojos por obra y gracia de mi buen hermano.

   —¡Tony! —grité a través de la ventana— No quedan más cervezas, así que dosifica.

   —Joder, hermano. Qué poco te estiras.

   —Es que no sabía que me iban a saquear la nevera. De haber sabido que querías venir te hubiera dicho que me iba de fin de semana.

   —¿Y no tienes nada más que arda? ¿Vinito? Algo.

   —¿Quieres hacer el favor de estar por la pu... barbacoa? ¿Dónde queda la primera regla del fogonero?

   A regañadientes se giró y se dedicó a vigilar el fuego, que poco a poco dejaba paso a las brasas y las ascuas.

   —En diez minutos las brasas están. ¿Tenéis la carne lista?

   —Más que tú —contesté y, acto seguido, Carmen y yo la dispusimos por la parrilla. Debo decir que la segunda cerveza, el calor y aguantar a Tony hicieron que mi cuerpo empezara a sudar más de lo normal para el mes de julio. Esparcimos las alitas de pollo, las butifarras, las costillas, la panceta y los chorizos criollos de tal manera que apenas se veía el hierro de la parrilla. Me quedé unos minutos convesando con mi cuñada de todo y de nada mientras el otro hijo de mis padres asaba la carne.

   —Toma, ya no queda —me dijo mi hermano acercándome la lata de cerveza vacía.

   —Eres una pu... esponja, macho.

   —¿Tú ves la que está cayendo? Si hasta los jilgueros caen tostados del calor. Si creo que he visto pasar al que lleva las llaves del infierno pensando que era aquí.

   —Qué exagerado eres, de verdad. Ahora miro a ver qué tengo en frío, quejica.

   De vuelta a la cocina vi que tenía una botella de vino blanco, bien fría, de ese que parece que mastiques la uva mientras bebes. Afrutado y frío entra como agua y después sientes que no lo era. Pero, claro, para la carne quizá un tinto, aunque con el calor que hace... «Joder, pues que hubiera avisado, encima que no me venga con exigencias».

   —¡Tengo una botella de blanco en la nevera, de moscatel y Gewürztramminer! ¿Te va bien, Arguiñano?

   —¿Que tienes a Schwarzenneguer? Yo qué sé, mientras arda, échale. Pero que esté frío. Ahh, y esto ya casi está, id preparando la mesa.

   Nos pusimos en marcha Carmen y yo, poniendo platos, cubiertos y todo lo necesario para comer «en familia» mientras llegaba la carne.

   —¡A comer! —exclamó Tony dejando encima de la mesa toda la carne que previamente había puesto en una gran olla para que no se enfriara.

   —Salud y que aproveche. «Otro día, avisad, cabrones» —fue lo que quería decir, pero salió lo primero por algo como «filtro» creo que lo llaman. Eso. Bueno, filtro, educación, lo que sea. 

   Comimos y bebimos, sobre todo bebimos. Después de la comilona que nos pegamos, qué menos que un café, pero, claro, un café solo como que no, mejor con un chorrito de whisky para quitarle el amargor, «¿verdad, hermano?». Una vez derminado el café, be dijo que si denía algún digestivo, yo casi no bude más que señalar el bueblebar al lado del cajón de las bedicinas. Sacó una botella de odujo, buso tres vasos con hiedlo y los dllenó hasta adiba. Dos los bebimos entedos y al boco se fueron. Y bueno, aquístoy yo decogiendo lo que buedo. Dodo be da vueltas. Cdreo que be voy a dentar un dato.

 

Xabi Garza

Foto de Dids en Pexels

Comentarios

  1. Respuestas
    1. Muchas gracias, Mónika. Es un placer y un honor que te pases por aquí. ☺️

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