Nadie habla de lo triste que es, en realidad, la Navidad. Y es que parece que en Navidad todo es amor y armonía. Felicidad y buenos propósitos. La gran pantomima hecha realidad.
Las mismas personas que en tu trabajo, en tu día a día, en tu propia familia, te están criticando o inventando mentiras acerca de ti, son las mismas que con la sonrisa más majestuosa y falsa te sorprenden deseándote unas buenas fiestas. Gente con la que ni siquiera has cruzado dos palabras en todo el año, ahora te desean las mejores de las suertes para Navidad. Esa gente, ese tipo de gente hipócrita que se ve obligada a felicitarte las fiestas es la que contribuye a la mentira. No es cierto que en Navidad haya que estar feliz. No lo es y hay que decirlo. Tampoco digo que se tenga que ser el Grinch, digo que en Navidad hay que estar como hay que estar; ni más ni menos, no feliz por convenio.
Y es que uno no puede estar feliz si le diagnostican un cáncer terminal. «Hombre, no estés triste, jolines. Hay que ver cómo eres. No puedes estar triste, que es Navidad. Lo del cáncer da igual. Ya habrá tiempo para preocuparse, vive la Navidad.» Vamos a ver… Es que lo mismo no llego a Año Nuevo, ¿sabesloquetedigo? «Siempre te pones en lo peor.»
No padre. Uno NO TIENE PORQUÉ ser feliz en Navidad. Hay que normalizarlo, joder. La vida no entiende de festividades. La vida, que es todo aquello que sucede mientras estás haciendo planes, no entiende de si quieres pasar un día en familia o no. La vida es, sin más, una serie de catastróficas desdichas que no entiende de calendarios. De eso te das cuenta Navidad tras Navidad. Cuando cada año echas en falta a más gente sentada en la mesa. Cuando cada vez hay más sillas vacías, pero, sobre todo, cuando llegados a 25 de diciembre ni siquiera celebras nada en ninguna mesa porque no hay nada que celebrar.
Seguro, segurísimo que más de uno me va a querer rebatir todo esto, pero me da absolutamente igual. Hace años que la Navidad dejó de ser blanca para, poco a poco, volverse cada vez más gris, acercándose sigilosamente al negro.
Es ley de vida. Lo que empieza debe acabar. En el constante tabú que supone la muerte, nos hacen pensar que seremos sempiternos, que tuvimos un comienzo pero que no tendremos un final o, como poco, que ese final SIEMPRE va a tardar mucho tiempo en llegar. Preferimos mirar hacia otro lado y no afrontarlo, y ahí es donde la cruda realidad nos embiste para abrirnos los ojos. Con suerte, embiste a quien tienes al lado y te da una oportunidad para seguir con tu vida siendo consciente de que vivir no es lo mismo que transitar por la vida. Leí una vez una frase que rezaba algo como: Sólo tenemos dos vidas, la segunda empieza cuando te das cuenta de que tan sólo tenemos una. Bendita frase. Tardé en entenderla (no soy muy avispado), pero cuánta razón concentrada en tan pocas palabras.
No quiero divagar mucho más. Seguramente estaréis con vuestros festejos navideños y no quisiera distraeros ni entreteneros. Sólo quiero que saboreéis esos momentos que estáis dispuestos a crear. Esos que, aunque quizá no con toda la armonía deseada, con cuñados pesados, con la mesa repleta, os alegren el corazón. Paladead todos y cada uno de ellos. Guardad en algún cajón de vuestra alma todas esas risas que se han escapado y que os han hecho sonreír. Algún día os harán falta. Algún día, a poder ser más tarde que temprano, agradeceréis haberlas guardado. Eso sí, no tienen por qué ser en Navidad.
Por favor, procurad ser felices, sobre todo en Navidad sea cuando sea.
Comentarios
Publicar un comentario