Me desarmó completamente sin siquiera rozarme. Resquebrajó mi armadura de una manera tal que ni el propio Atila hubiera conseguido. De dentro hacia fuera. Imposible detener ese ataque que nacía y moría en mí. Qué gran estrategia. Qué genialidad tan perversa.
Esa sutil mirada suya, casi de soslayo me atrevería a decir, fue capaz de derrotar toda mi defensa de un solo plumazo. Sin premura ni premeditación. Sin avanzadilla ni trinchera divisable. El otoño en sus ojos me elevó por los aires mientras seguía clavado en el suelo. Para mi sorpresa, ella ni siquiera fue consciente de ello.
No contenta con eso, ladeó su cabeza mientras seguía fijando su artillería en mis desvalidos y rendidos ojos, y fue justo después, cuando su sonrisa se clavó directamente en mi desahuciado corazón. Me otorgó el golpe de gracia, al que ni pude ni quise oponer resistencia alguna. Su sonrisa se deslizó con una lentitud fugaz, que trastocó los pocos esquemas que aún mantenía esparcidos por mi escritorio. Fue la mejor de mis derrotas.
Fue LA DERROTA.
Y es que el amor llega sin avisar, y casi siempre sin saberlo.
Hola, Xabi. Soy Sandra, del Team Pato.
ResponderEliminarEnhorabuena por este texto que ha conseguido removerme por dentro. El amor llega y a veces cuando menos te lo esperas. Sin avisar, pero tú lo sientes. A veces se gana y otras. como en tu texto, se pierde, incluso la vida. Precioso. Gracias
Como dice Sandra, a veces el amor llega sin avisar y cuando lo hace golpea. Muy bien reflejado en esa derrota.
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