Detrás de ti
Era toda una excepción que Álvaro saliera de fiesta y, además, coincidiera conmigo. Por tanto, decidí acompañarlos a sus amigos y a él hasta su casa, sin importar que ellos pensasen lo que no era.
Sus amigos empezaron a tontear más en serio en cuanto entramos en el portal del bloque de pisos. Intenté hacer partícipe a Álvaro, pero aquello no era lo suyo y a mí eso no podía ponerme más. Una vez en la casa, él dijo que tenía sueño y yo dije que necesitaba usar el baño para poder seguirle.
Tras averiguar a dónde se dirigía, revisé mi aspecto en el espejo del baño y me lavé la boca con colutorio. Él abrió los ojos como platos al verme entrar en su habitación y cerrar la puerta a mi espalda.
―¿Q-qué haces?
―Perdona, solo quería que me enseñases esa colección de vinilos. No conozco a nadie más que tenga, quitando a mi padre.
―No es tan raro ―se defendió.
Me fijé en la estantería que se hallaba junto a su escritorio y allí estaban, debajo de una buena colección de cómics de superhéroes.
―¿Puedo?
Escogió varios vinilos y me los pasó, y yo sonreí para mí al comprobar que era de gustos parecidos a los de mi padre y, por tanto, a los míos.
―¿Los conoces? ―preguntó ligeramente impresionado. Me sentí orgullosa de mí misma.
―No es tan raro ―repuse sonriendo.
Fue a replicar, pero se arrepintió y se fijó de nuevo en la estantería. Entonces, dijo:
―¿Quieres que te lleve a casa?
―¿Me estás echando?
―No, no. Lo digo porque… Bueno, esos dos son buenos tíos, pero… No te van a tratar bien, Marta.
Me acerqué a él para dejar los vinilos sobre el escritorio, y se quedó muy quieto y miró mis labios por un instante. No necesité más para darle un beso.
―No estoy aquí por ellos ―susurré.
Su respiración se agitó y volví a besarle, y entonces se movió por fin. Me correspondió con una avidez que me hizo pensar que llevaba tiempo deseando aquello, cosa que me encendió tanto que casi olvidé el preservativo.
Confiaba en tener un orgasmo, pero no pensé que el primero me lo brindaría con la boca. Con el miembro no pudo ser, apenas se deslizó una docena de veces, y el segundo final me llegó con sus dedos. Luego me besó por todos lados, dejándome claro que me deseaba, hasta que estuvo listo otra vez.
Su rendimiento fue un poco mejor, pero sobre todo lo vi más confiado. Se recostó sobre mí, apoyando la cabeza en mi pecho, y lanzó un suspiro de satisfacción que me hizo sonreír.
―Hueles muy bien ―murmuró.
―¿Por qué nunca me has dicho nada?
―¿Nos has visto? No tenía posibilidades.
―Eso nunca se sabe. Aunque, la verdad, así tenía que ser, porque no me gustan nada los hombres que me persiguen.
Se movió para sumergir la nariz en mi cuello y unir nuestros labios, y una de sus manos se coló entre ambos directa a mi humedad.
―¿Podemos repetir?
―Ya lo hemos hecho.
―¿Te pones encima?
Nos recolocamos y me llené de él. Sus ojos me recorrieron una vez antes de cerrarse.
―¿No me quieres mirar?
―Me correré enseguida si lo hago.
―Entonces, abrázame.
A mí también me agradaba su aroma, y mucho. Estábamos a mitad de camino cuando alguien llamó a la puerta y oí la voz de uno de sus amigos, que le preguntaba si yo estaba con él. Contesté sin detenerme.
Antes de que me diera tiempo a insinuar nada, me pidió que me quedase allí a dormir. Tuve que frenar mis ganas de llenarle de besos y también mis ilusiones, porque aquello no significaba que fuésemos a ser pareja. Le escribí a mi amiga Alejandra, con quien se suponía que yo estaba, y me acurruqué en el abrazo de Álvaro.
Cuando volvió la luz, lo primero que hice fue comprobar que él seguía allí. Luego cogí una sudadera que estaba sobre la silla del escritorio, con el nombre de uno de los grupos musicales de los vinilos, y tal y como pensaba, era tan grande que me quedaba como un vestido corto.
Antes de salir, algo en el escritorio me llamó la atención. Era su agenda y lo que tenía pendiente para ese día me encantó. En el pasillo, me topé con uno de sus amigos.
―Joder, también estás buena recién levantada.
―Gracias, eres muy amable ―ironicé.
―Esto me tiene confuso.
Me encogí de hombros y entré en el baño. Al acabar, Álvaro estaba en el pasillo y me pareció que le aliviaba verme.
―Creí que te habías ido.
Un suave fuego envolvió mi corazón.
―¿Sin despedirme? Además, quiero ir a un sitio. Ya sabes que no conozco mucho la ciudad, ¿te importaría acompañarme? No está lejos.
Contuve mi gesto cuando noté que pensaba en sus planes y, sin embargo, aceptó.
―¿Qué podemos desayunar?
―Cereales ―propuso uno de sus amigos desde el salón. El otro soltó una risita y yo vi a Álvaro entre enfadado y avergonzado.
―Me gustan ―dije―. ¿De chocolate?
Con complacencia en la mirada, asintió y me guio hasta la cocina. Allí había una pequeña mesa, pero estaríamos más cómodos en el sofá aun con la presencia de sus amigos. Cuando me senté, Álvaro me pasó una manta para cubrirme las piernas y, lejos de molestarme, le tapé también con ella.
Adoré el asombro que se apoderó de su rostro cuando vio nuestro destino. Hacía un día espléndido, perfecto para disfrutar de cómics, artesanías, comida y música en directo, y quizás, también para iniciar una relación. Le cogí de la mano y tiré de él hacia la taquilla.
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